El primer día de clases en la
universidad, nuestro Profesor se presentó
a los alumnos y nos desafío a que nos
presentásemos a alguien que no conociésemos
todavía.
Me quede de pie para mirar
alrededor, cuando una mano suave tocó mi hombro. Miré atrás y vi a una pequeña
señora, viejita y arrugada, sonriéndome radiante, con una sonrisa que iluminaba
todo su ser.
Dijo: “Eh muchacho Mi nombre es
Rosa. Tengo 87 años de edad. ¿Puedo darte un abrazo?... Me reí y respondí:
“¡Claro que puede!”. Y ella me dio un
gigantesco apretón.
“¿Por qué está usted en la
facultad en tan tierna e inocente
edad?”,
pregunté a la dama.
Respondió juguetona: “Estoy aquí para encontrar un marido rico, casarme, tener un montón de hijos y entonces jubilarme y viajar”. “Está bromeando”, le dije. Yo estaba
curioso por saber qué le había motivado a entrar en este desafío con su edad; y
ella dijo:
“Siempre soñé con tener estudios universitarios, y ahora
estoy teniendo uno”. Después de clase
caminamos a la unión de estudiantes y compartimos una malteada de
chocolate. Nos hicimos amigos
instantáneamente.
Mientras reíamos, ella despejó su
garganta y comenzó: “No dejemos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque
dejamos de jugar”.
Existen solamente tres secretos
para que continuemos jóvenes, felices y obteniendo éxito: Se necesita reír y
encontrar humor en cada día. Se necesita
tener un sueño, pues cuando éstos se pierden, uno muere… ¡Hay tantas personas caminando por ahí que están muertas y ni siquiera lo
sospechan! Se necesita conocer la
diferencia entre envejecer y crecer…
La idea es crecer permanentemente
a través de la vida y encontrar siempre la oportunidad en la novedad. Los
viejos generalmente no se arrepienten por aquello que hicieron, sino por
aquellas cosas que dejaron de hacer.
Las únicas personas que tienen miedo de la muerte son aquellas que
tienen remordimientos.
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